Trabajo en la universidad, en el área de Didáctica y Organización Escolar; y  hace más de una década que doy clase en el título de  Educación Social.  Mi empeño desde hace tiempo, con mucho respeto, está en pensar y hacer pensar sobre una realidad y una práctica que es vista, por muchos estudiantes, desde tres perspectivas posibles. (1) Por una parte, resulta desconocida: No se sabe bien en qué puede consistir, cuáles son las condiciones de trabajo, quiénes son las personas a las que atiende… Hay quien no ha tenido contacto alguno con prácticas de educación social, quien incluso ni tan sólo ha participado en tareas de voluntariado en alguna entidad en la que hubiera alguna práctica socioeducativa. (2) En otras ocasiones, la práctica, al igual que la profesión, están idealizadas: se tiene una mirada tan orientada a los deseos y las posibilidades de transformación social que el componente ideológico se antepone a cualquier otra consideración, dando lugar a que se sospeche y recele de cualquier procedimiento o protocolo que contribuya a profesionalizar una ocupación que podría ser altruista, transformadora, participativa, tan centrada en el aprendizaje que, en ocasiones, parece que sobra la figura del educador. (3) También hay quien, por su formación previa, por las prácticas cursadas al amparo de la formación en centros de trabajo de la formación profesional, tiene una visión limitada: Ya he hecho prácticas en un centro, atendiendo a un colectivo y con una modalidad de intervención. Ya sé cómo trabajar, porque lo he hecho. Vengo a la universidad a por un título, pero no creo que pueda aprender mucho más que lo que la experiencia ya me ha proporcionado.

Por supuesto, hay otras formas de acercarse y participar en los estudios de educación social. Pero estas tres me suponen, curso tras curso, un reto particular: Tratar de enseñar, haciendo uso de ejemplos y situaciones de la experiencia profesional –la mía personal, la de algunos de los estudiantes, también la que comparten mediante publicaciones, aunque no con la frecuencia que me gustaría, entidades dedicadas a la intervención socioeducativa. Tratar de enseñar a quienes carecen de ese referente práctico, a quienes lo tienen excesivamente idealizado, a quienes creen saberlo ya casi todo.

Y ahora estoy, a fines de junio, teniendo que poner notas y, por lo tanto, acabando de corregir. Repasando las notas obtenidas por los estudiantes durante el curso, repasando también mis anotaciones a sus ejercicios, prácticas, ensayos y exámenes.  En definitiva, dándome cuenta de qué es lo que escriben que saben, de cómo han comprendido los textos que tenían que leer y estudiar, de qué es lo que pueden haber aprendido en estas clases, de qué no he conseguido transmitirles. Apreciando, también, el provecho que tratan de sacar a lo que van aprendiendo en distintas asignaturas, celebrando en ocasiones la complementariedad y coordinación, lamentando en otras la comodidad de ofrecer un dos-por-uno que más bien muestra un deseo de pasar página a una asignatura que no de procurar aprender de ella.

En esas ando, y este año, sin proponérmelo demasiado, estoy haciendo algo que hacía tiempo que no practicaba. Seguramente me he animado al volver a tener a mi cargo una asignatura anual, de las pocas que hay en los planes de estudio (desde las reformas de planes de estudio de mediados de los noventa, muchas de las asignaturas pasaron a tener carácter cuatrimestral), lo que me ha permitido saberme el nombre de más de dos tercios de los más de 80 estudiantes que tenía en dos sesiones de clase semanales de dos horas y media. Bien, no sólo me he aprendido sus nombres, también les he visto trabajar en clase, evolucionar a lo largo del curso, pasar por rachas complicadas, desentenderse de algunas prácticas, ignorar algunas lecturas y acometer otras con ilusión, participar en el trabajo en grupo, generar problemas en el aula y resolver otros. Por supuesto, preocuparse por la situación general y también por la universitaria, ver peligrar la continuación de sus estudios, lamentar la reducción en las becas, entusiasmarse con la carrera que están iniciado (doy clase en primero) y también desencantarse con el funcionamiento de la universidad y con el servicio que presta.

En fin, todo ello me ha llevado a comunicarles las calificaciones individualmente en lugar de sacar listas de notas. Y a entrevistarme con más de un tercio de ellos en las últimas dos semanas. He aprovechado esta oportunidad y, conforme íbamos hablando, ellos más bien interesados en su calificación final, he procurado también asumir cierto papel de tutor, ahora ya a final de curso, por extraño que parezca, una vez ya sabían la calificación que tienen en la primera convocatoria (en algunos casos han de ir a la segunda, en otras les animo a hacerlo para sacar una nota mejor como creo que son capaces, en otras ocasiones tras conocer notas muy buenas). Sí, ahora que la relación de enseñanza aprendizaje pierde ya sentido, ya no les doy clase, ya han sido evaluados, nuestra relación ha terminado; he asumido un papel distinto y me he atrevido a darles consejos: les he contado las capacidades que he visto, les he agradecido su participación en clase o les he reconvenido sobre la misma, les he animado a seguir estudiando en la Universidad, a mantener su actitud o bien a cambiarla.

Me he excedido del marco estricto de la asignatura. Y, sin embargo, tanto el contenido como la organización de la asignatura, Didáctica y organización socioeducativa, han contribuido a ampliar el espectro de la relación docente. No tengo claro el alcance de esta relación para los estudiantes, aunque confío en haber dado un paso más allá respecto a promociones anteriores. Sí que sé, sin embargo, la cantidad de anotaciones que en el último mes y medio, a consecuencia del trabajo de corrección de ejercicios de todo tipo, tengo a punto para reorganizar la materia el próximo curso, para elegir textos de referencia, para buscar ejemplos y también para proponer ejercicios de enseñanza mejores.

 

Fernando Marhuenda, profesor de Didáctica y Organización Escolar. Universitat de València