“Se puede  comparar la enseñanza con la venta de mercancías”

John Dewey

Sorprende lo que puede llegar a dar de sí una comparación como ésta en manos de Dewey, posiblemente el pedagogo más influyente del siglo XX. Como se verá enseguida -si el lector es capaz de sobreponerse a la impresión que causa la frase aislada de su contexto-, Dewey no pretendió nunca mercantilizar la enseñanza, ni mucho menos. Todo lo contrario: cuando se revisan sus textos se percibe con claridad que fue muy crítico con la desenfrenada sociedad de su tiempo. Antes que distorsionar la educación, Dewey más bien pretendía mejorarla cuando la comparaba con el comercio, porque de esta manera ilustraba con claridad contradicciones internas de la educación de su tiempo (y de ahora) que pasaban (y pasan) fácilmente inadvertidas al sentido común:

“Nadie puede vender si no hay alguien que compre. Nos burlaríamos de un comerciante que asegurara haber vendido gran cantidad de bienes a pesar de que nadie hubiera comprado ninguno. Sin embargo, quizá haya maestros que piensen haber desempeñado bien su trabajo con independencia de que sus alumnos hayan aprendido o no.” (1)

Conmueve observar el recurso retórico que el padre del pensamiento reflexivo llegó a utilizar para referirse a la necesidad de la educación centrada en el alumno en medio de la euforia de los “locos años veinte”. Esta sencilla imagen que expresa Dewey bien puede llevarnos, al menos, a dos conclusiones.

La primera, que siendo el fin de la educación el  que los alumnos aprendan, ésta se debe  centrar en ellos, en sus necesidades, en sus capacidades, en su cultura, en sus aspiraciones y en sus deseos. Y la segunda conclusión, y también oportuna, es que los pre-juicios son siempre negativos cuando coartan la libertad necesaria para la indagación reflexiva: no todo lo relacionado con el mercado tiene que ser malo por definición (cosa difícil de aceptar en este preciso momento, hay que reconocerlo), y la educación, cuando está mal planteada y mal orientada, puede incluso llegar a ser peor que la simple y receptiva ignorancia popular, tal como demuestra sobradamente la historia.

(1) La cita textual proviene de Dewey, J. (2010). Cómo pensamos. Paidos: 2010, pàg. 52. Publicado originalmente en 1910.